dimecres, 3 de gener del 2007

La gran cebolla

Aún puedo oir el ruido de miles de lenguas habladas por tantas otras gentes en calles atestadas. Las sirenas de las ambulancias resuenan entre rascacielos y desde lo alto del Empire State parecen gritos de animales asustados. Las ardillas corretean de árbol en árbol en Central Park. Los perros de marca van en tranquila manada a manos de un paseador profesional que los lleva en grupos de 15 entre semáforos en rojo. No hay tiempo para esperar que los semáforos estén en verde en la capital de la prisa. Hay prisa, hay prisa para comprar, para comer, hay prisa hasta para pasear con calma. Todo a su tiempo, la ciudad no descansa, la vida va deprisa. A las 3 de la mañana alguien hace la compra en un super. Un loco en el metro lleva un cartel y dice que es un ángel de la tierra y suplica por favor que todos se aparten, que necesita sitio alrededor, ya que como todo el mundo sabe los ángeles necesitan oxígeno puro. Pierde la poca credibilidad que podía tener cuando dice que sólo puede tener cerca otros ángeles, ángeles femeninos y jóvenes concretamente.

El agujero de la zona cero no es tan grande como parecía, ni resulta tan conmovedor. Hasta la pena es de plástico en este país. Un par de ooohhhssss y toca meterse en el super de las gangas que sale en todas las guías a comprar esa ropa tan barata que todo el mundo dice que se puede encontrar aquí. Y además es verdad. Acabo comprando otra maleta para llenar con lo que compramos.

Doblas una esquina y todo ha cambiado, de repente Chinatown te ataca con muñequitas horteras que bailan, tiendas de cosas estúpidas e imitaciones burdas, mezcladas con mercados coloristas de pescado seco (alguien sabía que se puede comprar pulpo seco?) y almacenes apestosos que nunca habrías imaginado encontrar fuera de Shangai. Un gato gordo pasea tan tranquilo por la acera. Doblas otra esquina y estás en un escenario cualquiera de El Padrino. Tan sorprendente que parece un decorado. Aunque quizás lo sea, Little Italy es realmente muy Little.

Los coches zumban por debajo del puente de Brooklyn, se reconoce la Libertad a lo lejos, el sol se pone y enciende Brooklyn, la oscuridad no llega nunca en la ciudad. En Times Square hay más luz de noche que de día. Manadas de turistas ruidosos devoran musicales y pizzas en Broadway.

El taxista que te lleva a casa parece llevar menos tiempo en la ciudad que tú.

No hay extranjeros en Nueva York.